En el clima cultural de
estos 10 a 15 años, en la Argentina se ha afianzado la manía de explicar y
justificar todo, por encima del mandato legal de retribuir un ilícito con la
pena condigna. Los sangrantes y bien pensantes corazones tienden a buscar
(y encontrar) atajos y justificaciones
en toda conducta transgresora de normas y leyes. El espíritu apunta sobre todo
a acotar y relativizar las sanciones existentes en el Código Penal, para su
reforma. No es otra cosa que poner por escrito lo que ya es cotidiano en la
praxis de muchos jueces.
La pseudo doctrina conocida
como “abolicionismo penal” ha influido notoriamente en la formación de
abogados, estudiantes de derecho y
magistrados judiciales en todo el país. Ha marcado muchas de las
decisiones más controvertidas y ha podido colocar a su máximo referente Eugenio
Zaffaroni en uno de los sillones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
hasta hace muy poco tiempo.
Coincidentemente con este proceso,
se fueron forjando políticas de (in) seguridad, desprestigio a las policías hasta el hartazgo,
purgas indiscriminadas que nunca solucionaron nada, sirvieron para concientizar
a la gente que esas instituciones eran el enemigo a combatir; y los delincuentes, poco a poco, fueron
pasando a ser las víctimas del sistema. Así los gendarmes migraron de las
fronteras a las rutas y villas, y hasta muchos prefectos dejaron ríos y mares
para abocarse a una tarea para la que nunca fueron preparados. Nada es
casualidad.
Aparecieron palabras mágicas como “camaritas”,
“policías locales”, “policías comunales” que parecieron ser la panacea. Hasta
los propios políticos las “compraron”, para “vender” ilusión a la demanda de la
gente.
Podríamos
apelar a nuestra memoria y
encontraríamos una larga lista de políticas de seguridad que fracasaron
irremediablemente y los costos recayeron la sociedad como un verdadero baño de
sangre. Así transcurrieron años en que todos los fracasos se pusieron sobre la
espalda de la policía, invocando a ese porcentaje de inescrupulosos y corruptos
que toda profesión tiene.
Lo cierto es
que las policías fueron limitadas a “hacer presencia” y en el mejor de los
casos, a “hacer flagrancia”. Lástima que en algunos casos, la flagrancia
caratula al delito como “tentativa”, reduciendo su pena de un tercio a la
mitad, como el robo automotor –por dar un ejemplo-.
Como si fuera
algo descolgado, “Los pibes para la liberación” están afuera y el “Vatayón
Militante” está adentro. Las cárceles se convierten en el último eslabón de
aparato penal donde sus “clientes” terminan de graduarse en el delito, con
sueldo y vacaciones pagas.
En este ancho
y espeso océano de tartamudeos ideológicos, nuestro país quitó del centro del
asunto al delito, para reemplazarlo por “razones sociales”, y así funcionó la
cosa en el Fuero Penal que abrazó mayoritariamente el abolicionismo
“zaffaronista”
Pero la
realidad avanza a pasos agigantados. La criminalidad y el narcotráfico son
vedettes en los medios independientes. Las papas queman y algo hay que hacer. El
movimiento cosmético se pone en marcha: se crean policías comunales, policías
locales, policías deportivas…En seis meses les dan un cursito y ya está: gorra,
pistola y chapa.
La prevención
policial no es solamente presencia. Es conocimiento, información, táctica,
estrategia. Es adelantarse al delito. Pero esto no sucede. Además, fallos
judiciales han eliminado facultades policiales de prevención como los álbumes
de “modus operandi” o la actitud sospechosa,
merodeo, vagancia, etc. La
policía, disminuida a la mínima expresión. Nada es casualidad.
El universo
del delito y su progresista sistema de reproche penal, se ha convertido en una
perversa inmensidad hecha de ausencia. Las víctimas no están en ningún lado.
Hasta “la perpetua” es inconstitucional por ser “cruel, inhumana y degradante”
para los señores asesinos. Mientras tanto miles de enlutados lloran a los miles de silenciados, condenados
a una “ausencia perpetua” por manos asesinas y por sentencias impunes, a
contramano del valor de la dignidad humana.
Bueno, la mesa
está servida. Me quedo pensando si esto es parte de un plan, o estoy escribiendo
una soberana tontería. Si los padres de la inseguridad de hoy, son los adalides
“sabineros” de los derechos de algunos o grandilocuentes pensadores que redoblan
apuestas. No lo sé.
De lo que
estoy seguro, es que si falla, no serán los responsables. Las mochilas de la
policía y del poder judicial ortodoxo, serán siempre grandes, para que les sigan poniendo allí los fracasos.
Norberto LC