Los nombres de López Londoño “Mi Sangre”, Álvarez Meyendorff, “El Loco”
Barrera y su esposa Ruth Martínez, o Gustavo
Adolfo García Medina, son de peso en el mundo del narcotráfico; cuatro
cárteles distintos. Parece absurdo sostener que su presencia en el país es una
mera casualidad.
Frente a la creciente presión del gobierno colombiano, los cárteles han
cambiado sus estructuras operativas y “modus
operandi” en busca de nuevas rutas de envío de drogas. Algunas de ellas
incluyen Argentina, Chile, Uruguay y otros países del América del Sur, para
volver luego a Europa, al Caribe y Estados Unidos, lo que abona la hipótesis que
el narcotráfico es de un fenómeno global, y así hay que analizarlo.
Los originales cárteles colombianos funcionan en la actualidad, como
unidades más pequeñas denominadas “bandas criminales” (Bacrim) y es cierto que
hay una avanzada hacia los países del sur.
El diario El Tiempo de Bogotá dio cuenta de una cumbre narco en Rosario, Santa
Fé en el transcurso de 2011,, entre los líderes antagónicos Maximiliano Bonilla Orozco “Valenciano” (Oficina de Envigado) y Éricson Vargas “Sebastián”, por el control del tráfico en Medellín. Según el medio
de prensa, la información fue suministrada por fuentes de la DEA y debidamente
chequeada.
Es posible que no sea parte de un proyecto de instalación definitiva pero
sí es notorio que están viendo el terreno en el marco de la globalidad.
Es opinión de medios extranjeros, que los narcos encuentran en Argentina, cierta
facilidad para moverse física y financieramente y quizás una evaluación de “menores
riesgos”. La falta información de
inteligencia para anticiparse a la presencia de personas y de organizaciones
criminales de este tipo, es lo que hace
atractivo al país. Además existe una
destacada infraestructura de la industria química y técnicos capacitados que
en caso de cooptarlos, el narcotráfico puede valerse.
Pese a que oficialmente se niega que sea así, sólo en los últimos cuatro
años se han registrado cerca de una quincena de episodios que ubican a
narcotraficantes colombianos o mexicanos operando en nuestro país. Y si bien se
trata de una cantidad de casos sin precedentes, lo que más inquietante no es el
número, sino el peso que estos “visitantes”
tienen dentro de sus organizaciones criminales; como venimos a enterarnos cada vez que son
detenidos por la policía o acribillados por sicarios en plena calle.
Pero ya se trate sólo de un lugar de paso o de “una cabecera de playa” para
el narcotráfico internacional, si en algo coinciden los analistas es que
Argentina no debe desdeñar la amenaza potencial que plantea este fenómeno, ni ahorrar esfuerzos para combatirlo.
Norberto Lopez Camelo
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