El narcotráfico basa el éxito
de sus operaciones, en la rigidez de su estructura. Por eso cada cártel o banda criminal (“bacrim”), tiene un
ala armada para garantizar los objetivos del “negocio” y la seguridad de los
capos. En algunos casos han formado parte de su organización, y en otras han
sido agrupaciones terroristas que han estado asociadas tan solo por dinero.
En Colombia es común el
sicariato como institución criminal. Existen allí lo que se denomina «oficinas de cobro», que no son más que bandas
al servicio del narcotráfico y tienen como misión hacer ajustes de cuentas.
Los
sicarios comenzaron a cobrar fuerza en los años 80, cuando Pablo Escobar Gaviria era el barón de la droga colombiana. De
hecho, tenía su propio grupo de sicarios con un escalafón según el cual se
asignaban los blancos. Los fue profesionalizando de tal modo, que instauró “escuelitas”
de adiestramiento para su “formación”.
Entre
las "oficinas de cobro" más renombradas, se puede citar a la de Envigado, que estuvo dirigida por Diego
Fernández Murillo, un narco de Medellín que hoy está detenido en los Estados
Unidos.
Por
lo general los sicarios son personajes que no saben ni quieren saber quién es
su víctima, ni quién encargó el trabajo. Sólo reciben una orden y una paga por
el crimen. Una vez que se les señala el blanco, investigan su rutina y buscan
el momento adecuado para matar a su víctima. Son reclutados entre la población
de bajos recursos y especialmente entre menores de edad. Suelen tener poca
formación académica, pero sus acciones específicas, las tienen bien aceitadas:
un homicidio con un nivel de organización bastante sofisticado, armas de fuego,
motocicletas y espacios abiertos para
que el crimen se conozca y difunda de
inmediato.
El
sicariato está irremediablemente ligado a la droga. Es posible que se lo
utilice vinculado a otros crímenes, como por ejemplo el cobro de un seguro o
para venganzas; pero en el 99% de los
casos, los sicarios están al servicio del narcotráfico.
En
la actualidad colombiana, ha descendido la cantidad de crímenes cometidos a
manos de sicarios, porque los barones y capos han perdido margen de maniobra. Ya
no existen los grandes “cárteles” y las estructuras se han hecho más pequeñas.
Muchos de sus integrantes han tenido que migrar a otros países, ya sea por la
contundencia de las acciones de las autoridades, o porque la justicia los
requiere.
Con
la instalación del narcotráfico en otros países de la región, han llegado los
crímenes por encargo y por ende, los
sicarios. Como "ejemplo más vivo", se puede citar a México.
En
nuestro país comienzan a repercutir a partir de julio de 2008 con el asesinato de Héctor
Edilson Duque Ceballos (a) “Monoteto”, y Jorge Alex Quintero Gartner, dos narcos
ex paramilitares
colombianos, en Unicenter. En el año
2009 con el homicidio de Juan Sebastián Galvis Ramírez en un comercio
de náutica de San Fernando; en 2012 con la muerte violenta del sicario
Jairo
“Mojarro” Saldarriaga (39) , presunto autor de los homicidios de Unicenter
según la prensa colombiana, asesinado de cinco tiros en Barrio Norte. Y recientemente, el 3 de marzo, la muerte en Palermo de Carlos Gutiérrez Camacho, sicario jefe de seguridad del ex cártel de Norte del Valle.
Como
vemos, la preocupación por el desembarco de miembros de ex cárteles colombianos
en este país, es más que justificada. Han comenzado a establecerse y a
organizarse en nuevas estructuras criminales y mientras tratan de consolidarse
en Argentina, buscarán posicionarse a fuerza de droga, traiciones, sangre y fuego.
Norberto López Camelo
Crio.Gral. (RA)
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